miércoles, 12 de diciembre de 2012

El Blog de Alfredo Percovich: El ángel

Anoche anduvo por los rincones del Teatro Solís el ángel de Eduardo Darnauschans.
Invocado por un puñado de amigos él estuvo como siempre, con su poesía, a veces nombrando a la muerte redundante, siempre encantador.
El Darno no para de sorprender, ni de emocionar, ni de nada. Porque él no paró de construir una obra mágica, fantástica desde donde se la escuche, vea, analice o se respire. Exquisito en su forma de hacer soñar más allá del acá.
Sus amigos músicos, poetas, artistas varios, invocados por un tal Ángel Atienza, coincidente nombre, gran cantante, músico de sangre y alma, inmenso promotor de la cultura nacional a través de su trabajo, bicho raro este laburante de la cultura nacional, cruza de perro montevideano y andaluz extrañísima (no conozco algo parecido) todos ellos coincidieron en la presentación del libro "Entre el cuervo y el ángel" de Marcelo Rodríguez, que repasa mucho más que la obra del Darno, es un testimonio de vida, contada por el propio Darnauschans, a través del trabajo del autor.
Eduardo Rivero, muy emocionado, recordó sus noches con el Darno al que definió con muy buena puntería como “el mejor baladista uruguayo de todos los tiempos”. Lamento decirle a Rivero que desde anoche, esa frase será descaradamente utilizada por quien escribe para nombrar a ese poeta y músico increíble. Cada vez que me acuerde, le otorgaré el copyright pero seguramente algunas veces lo omitiré sin querer.
El gran poeta Washington Bocha Benavídez, no se hizo cargo de ser el culpable de la avidez poética del Darno, desde que era su alumno en Tacuarembó y optó por recordar las atajadas del desgarbado flaco en el arco del cuadro en el que lo habían mandado a atajar penales, sin preguntarle a él tampoco nada. Cuando el bocha habló del Darno trovador juglar del medioevo, con su increíble talento de poeta mayor, dijo “solo le faltaban las calzas”. Lo recordó con mucha emoción, con mucho amor.
También hubo una presencia fugaz en el Solís anoche de esa gran artista Silvia Meyer que –vaya a saber en qué viaje andaba- no aterrizó entre el resto de quienes estábamos ahí. Se sentó al piano, tiró su campera en el piso, no habló ni un “buenas noches” y con su mochila puesta –no la de vida, sino literalmente con una mochila espantosa que vaya a saber qué cosas tan importantes contenía que no ameritó siquiera que la tirara al piso al lado de su campera- y cantó. Cantó divino. Con su dulzura de siempre, con su sentimiento, con esa voz cristalina, puntualmente afinada y acarició el piano para traer los acordes y las melodías del Darno. Ella estuvo fantástica en ese instante donde uno pudo cerrar los ojos y sentir que el ángel del Darno estaba ahí.

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